ENTREVISTA A UN “NIÑOLOGO”
Francesco Tonucci, ha estado
varias veces en el Perú, la última vez, tuve la suerte de compartir buenos
momentos y aprender de su visión de la
vida, de la educación, de la sociedad.
Pero este gran pensador, psicopedagogo y dibujante no para continua
viajando por muchos países trasladando y sembrando ideas y prácticas
innovadoras sobre la escuela y la ciudad y promoviendo una visión desde los
niños.
En esta entrevista presenta su visión. De niño lo asignatura que
más le gustaba era la de dibujo y la que
menos algebra, Jugaba con sus amigos a carreras de chapas y le encantaba salir
a pasear por el bosque. Aunque su experiencia escolar no fue extraordinaria, “Fratto”, como es su
sobrenombre de dibujante se ha convertido en un referente para los que buscamos
nuevas alternativas en la construcción de un mundo mejor, a través de la educación
y el cambio de conciencia.
¿Cuál era su punto fuerte, en la escuela?
El dibujo: siempre era el mejor.
Recuerdo a las maestras acercándose al pizarrón para admirar mis dibujos. Pero
lo cierto es que viví una experiencia escolar muy regular; cada año tenía miedo
de no pasar de curso. Ahora sé que no hay ninguna relación entre el éxito
escolar y el éxito en la vida. Esto es así porque, lamentablemente, la escuela
tiene una relación muy escasa con la vida misma.
¿Cómo podrían acercarse ‘vida’ y ‘escuela’?
La experiencia de los niños
debería ser el alimento de la escuela: su vida, sus sorpresas y sus
descubrimientos. Mi maestro siempre nos hacía vaciar los bolsillos en clase,
porque estaban llenos de testigos del mundo exterior: bichos, cuerdas, cromos,
boliches…
Quería evitar distracciones.
Pues hoy un maestro debería hacer
lo contrario, debería pedir a sus alumnos que le mostraran lo que llevan en los
bolsillos. De esta forma la escuela se abriría a la vida, recibiendo a los
niños con sus conocimientos y trabajando alrededor de ellos.
Si todo lo ponen los niños, ¿para qué necesitamos escuelas?
La escuela ofrece un método de
trabajo, ofrece el cómo. El qué no es tan importante porque el contenido
cambia. Hoy en día no queda nada de la geografía que yo estudié y, en cambio,
nadie me enseñó a viajar, a conocer una nueva cultura. Lo que necesitan los
alumnos de hoy, que serán adultos mañana -en un mañana que nosotros no podemos
conocer-, son herramientas y ganas de aprender.
Para esto hace falta un buen maestro.
Claro. Un buen maestro es el que
escucha a los niños, porque sabe que no están vacíos, sino que son ricos de una
experiencia que él no conoce. Y, si no la conoce, ¿cómo va a proponer un
contenido que les resulte interesante? Cada acción educativa tiene que empezar
con una escucha, para recibir a los alumnos con lo que conocen y lo que saben
hacer.
¿Y qué papel juegan las nuevas tecnologías y herramientas digitales
como Tiching?
Las tecnologías son un gran
invento pero no hay que olvidar que son un instrumento que solo vale si el que
lo utiliza es bueno. Por eso los buenos maestros no solo necesitan estos
instrumentos, ¡los estaban esperando! Yo conocí a grandes maestros que si
hubieran vivido estos cambios habrían dicho: “menos mal que alguien lo ha pensado,
porque estábamos haciendo un gran esfuerzo”. Son aquellos que utilizaban la
imprenta para hacer un diario escolar, los que organizaban correspondencia con
niños de otros países…
No todos los maestros piensan así.
Un maestro que usa el libro de
texto de la primera página a la última -que es una forma lineal de enseñanza-,
¿qué puede hacer con un instrumento tan plástico y tan poderoso como un
ordenador? Como mucho, lo puede humillar utilizándolo como libro de texto. No
serán las tecnologías las que mejorarán las escuelas. Ni tampoco las leyes.
Serán los buenos maestros.
¿Qué cambiaría usted de la escuela?
Todo. La escuela es una
estructura absolutamente ajena a la vida social. Dentro de la escuela tenemos
el aula, un espacio abstracto que se repite exactamente con la misma forma más
de 20 veces. Y lo raro es que, en ella, con el mismo mobiliario y con los
mismos instrumentos, los alumnos se quedan horas y horas sentados haciendo
cualquier cosa: lengua, matemáticas, arte, música…
¿Dónde deberían estar, los alumnos, si no es en el aula?
Mi propuesta es renunciar a las
aulas. Me imagino una escuela hecha de laboratorios y talleres fuertemente
significativos en la que son los alumnos los que se mueven, no los adultos. El
recorrido de un taller a otro les ayuda a cambiar el chip y con la ambientación
de cada taller se acaban de situar en la materia que les toca.
¿Cómo sería, por ejemplo, el taller de lengua?
Podría ser una biblioteca. Un
lugar con libros, donde pudiéramos leer y escribir. En cambio, una clase de
matemáticas sería completamente diferente, con elementos de geometría, por
ejemplo. La de ciencia tendría microambientes, animales, plantas, microscopios…
Y el taller de arte no se parecería en nada a todo esto, sería de colores y en
las paredes habría las obras de todos los niños y niñas.
Parece divertido.
Y esto son solo los espacios
internos, pero también pienso en los externos. En vez de patio, pondría una
huerta. El patio de la escuela de la mayoría de escuelas parece una plaza de
toros, un lugar adecuado para descargar las energías que se han cargado
demasiado en actividades no reconocidas y no aceptadas por los niños. Me
gustaría una escuela sin recreo, porque si en las escuelas se aprendiera
jugando, no haría falta que los niños se desahogaran.
Pero los niños piden el recreo.
Si por la mañana hiciéramos una
escuela de verdad, que no molestara a los niños, no haría falta el recreo. Y
por la tarde podrían vivir una experiencia verdadera y con autonomía fuera de
la escuela, en las calles.
La ciudad es peligrosa para los niños.
La ciudad que yo propongo, no. Se
trata de la Ciudad de los Niños y debe cumplir dos requisitos. El primero es
renunciar a hacer parques y otros espacios para niños. En el momento en que la
ciudad inventa espacios para niños está excluyendo a los niños de los espacios
que deberían ser para todos. Aunque hoy en día no son para todos, son para los
coches.
De acuerdo, una ciudad sin parques. ¿Y el segundo requisito?
El segundo es garantizar a todos
los ciudadanos la posibilidad de moverse en su propia ciudad con seguridad.
Para conseguirlo, hay que dar la vuelta a la jerarquía. En vez de intentar
mejorar el tráfico, garanticemos primero la movilidad de los peatones. Después
de los peatones, nos ocuparemos de las bicicletas y luego del transporte
público. Los coches tienen que ser los últimos. Dando la vuelta a la jerarquía
afirmamos que los primeros y los dueños de la ciudad son los peatones.
Esto en las grandes ciudades parece imposible.
En realidad no, porque la ciudad
es una suma de barrios y la mayoría de la gente no sale de su barrio. En él
tienen la escuela, las tiendas, el kiosco, la farmacia… Hay que considerar este
espacio, el barrio, como sagrado, y no cortarlo con nada. Si hay que poner en
marcha un sistema urbano de conexión rápida, se hará bordeando los barrios.
¿Y dentro de cada barrio?
Prioridad absoluta de los
peatones. Esto significa que el camino de los peatones, que son las aceras, no
se puede interrumpir nunca alrededor de las manzanas. Y, para cruzar la calle,
no hay desnivel para el peatón; es el coche el que sube y baja para adaptarse a
la acera.
¿Quién viene después de los peatones?
Las bicicletas. Hay que adaptar
la ciudad a las bicicletas: con carril bici, aparcamientos… Llegados a este
punto, nos daremos cuenta de que no hace tanta falta el transporte público,
porque la gente prefiere ir andando o pedaleando. Por lo tanto, vamos a ahorrar
con el servicio público y podremos hacerlo de mayor calidad.
Y ya les toca a los coches.
Sí, pero como lo hemos montado
todo pensando en los peatones, los medios privados tendrán una vida más
complicada. Si tienes prisa, es mejor que utilices el medio público o la
bicicleta. Si vas en coche, tendrás que tener paciencia, porque te espera el
camino más largo y más incómodo. De esta forma, si hay un accidente las
consecuencias son mucho menores.
Así los niños podrían jugar en la calle.
¡Y esto les permitiría tener algo
que contar en la escuela! Además, es muy importante que un adulto reconozca a
su hijo el derecho de salir de casa
Así, cuando vuelve, es él quien explica lo que
ha pasado, sin ser interrogado. Esto le da la capacidad de enfrentarse a la
novedad, a lo desconocido. Y le proporciona el gran placer de poder contar su
historia.
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