Entrevista con Francesco Tonucci.
Los chicos necesitan pocos juguetes y más libertad. deben serautónomos,
jugar con amigos y, en lo posible, concurrir a la escuela solos,
caminando. Así opina Francesco Tonucci, el prestigioso pedagogo,
pensador italiano y promotor de la “Ciudad de los Niños”, un proyecto
que apuesta a la transformación de las ciudades a través de los chicos
que las habitan.
Sobre estas cuestiones hablará Tonucci en Córdoba el próximo jueves
(ver aparte), invitado por la Fundación Arcor con el apoyo de La Voz del Interior.
–Es fundamental que los niños jueguen, pero ¿cuán importante es?
–El juego está conectado de manera muy fuerte con la autonomía y el
movimiento. Hay que ayudar a los adultos a entender la importancia del
juego. Le doy una anécdota. Mi hijo mayor llegó el primer día de la
escuela primaria a casa y dijo: “la maestra ha dicho que ahora basta de
jugar, que hay que hacer cosas en serio”. Ese fue el mensaje de la
escuela a mi hijo. Bueno, yo intentaré decir a la gente que esa es una
frase absurda y equivocada y peligrosa (...) No tengo dudas de que los
primeros años son los más ricos e importantes en la vida, es el período
donde se ponen todos los cimientos.
–Y el juego ayuda...
–En estos años no hay maestros en el sentido público, no hay métodos.
Simplemente hay un niño que juega con el mundo. Esa es la importancia
del juego. El juego es una experiencia que los niños viven a nivel
espontáneo, no hace falta enseñarlo y jugando tienen la primera relación
con el mundo.
–¿Todo tipo de juego es valioso? ¿Jugar al aire libre es igual que hacerlo con una computadora?
–Jugar es una experiencia que tiene algunas características: salir,
en el sentido de dejar el control directo de los adultos, encontrarse
con amigos, aprovechando un tiempo libre para vivir la experiencia de la
aventura, del descubrimiento, de la sorpresa, de la maravilla, del
riesgo. Con estos elementos todos los juegos son buenos. Hasta los
tecnológicos.
–¿Por qué es necesario que jueguen solos?
–No es posible jugar acompañado de adultos. Cuando los padres dicen
“acompañamos todos los días al niño a jugar a la plaza” es una
contradicción. El verbo jugar sólo se conjuga con el verbo dejar. En
Europa es impresionante, pero aquí también creo que ocurre, en especial
en las clases sociales medio-altas: para un niño es casi imposible salir
solo a la calle. Esto le impide esta experiencia básica. Muchas veces
los adultos pensamos sustituir esta experiencia de la que hemos
disfrutado nosotros y que los hijos parece que no pueden vivir. Las
sustituimos con otras cosas como comprar muchos juguetes, dar
instrumentos que pueden permitir a un niño pasar mucho tiempo solo en
casa y divertido, como las nuevas tecnologías, y acompañarlo en todos
los lugares. Son respuestas inadecuadas. Se está gastando muchísimo
dinero para llenar a los hijos de juguetes convirtiéndolos en poseedores
en lugar de jugadores. Para jugar bien hay que tener pocos juguetes y
amigos para aprovecharlo.
–¿Qué aporta el juego a un niño?
–Le permite descubrir el mundo. Es una manera para encontrarse con el
desconocido (...) Significa vivir la experiencia de riesgo, saltar el
obstáculo, vivir el desafío de superarlo o no. Ver si hoy puedo hacer lo
que ayer no podía, si puedo superar mi miedo de vivir esta experiencia.
–¿Por qué es importante vivir la experiencia de riesgo?
–Si no es posible, vamos a crear una acumulación de deseos y de
necesidad de transgresión que se expresarán más tarde, en la
adolescencia, cuando un chico tiene suficiente autonomía como las llaves
de casa en el bolsillo y cuando esta expresión de su deseo se convierte
en una explosión peligrosa. Muchos de los temas que hoy se tratan como
dramas de la adolescencia, como abuso de alcohol, de drogas, como los
accidentes de motos –hasta el tema de los suicidios juveniles– tienen
que ver con la falta de experiencias de autonomía en los primeros años
(...) Puede que viviendo la experiencia del obstáculo se dé cuenta de
que no puede superarlo y que sea una desilusión, pero también la
desilusión es una experiencia que hoy los niños no viven porque los
padres los súper protegen.
Mariana Otero, La Voz
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